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Sin mover los labios es una apuesta frontal e inesperada por el cine diferente, es una película que se sale de las convenciones de la cinematografía colombiana y por tanto, sabemos que está condenada al fracaso y a desaparecer pronto de las salas. No nos importa, no nos iremos sin antes hacer mucho ruido y retar a los espectadores a presenciar algo que no se ve siempre en la gran pantalla.
La idea para tan magno fiasco en taquilla surgió de dos fuentes diferentes que encontraron rumbo en una misma locura. Por un lado, la inspiración vino de un sueño recurrente del director Carlos Osuna en el que se encontraba naufragando en un mar infinito, sabiendo que nunca iba a tocar tierra firme, similar a la angustia de ir en un Transmilenio tan lleno que uno no alcanza a poner los pies en el piso y sólo reza porque en algún momento la marea humana lo expulse del bus.
Por la cabeza del realizador comenzó a rondar la idea de querer reflejar lo que era sentirse naufragando, como él en ese sueño, a pesar de estar pisando el suelo. De algún modo esa idea se transformó en esto. Además, encontró un video en la maravillosa fuente de basura y tesoros audiovisuales que es YouTube, en el que un niño ventrílocuo realizaba un show en vivo.
En éste, la presión del público y el pánico escénico se apoderan del niño y lo hacen fracasar en su arte, por lo cual sale corriendo a buscar a su mamá y a abrazarla. Para Osuna, este video ponía en evidencia varias verdades: la presión del niño por mostrar algo que no era y el fracaso inminente ante lo que de verdad es; además, la paradoja de correr a los brazos de su madre, quien posiblemente, fue la persona que ejerció mayor presión sobre él a la hora del espectáculo que terminó en escarmiento público y pena ajena.
Con esto en mente, se empezó a construir y pensar una manera de realizar una crítica a la sociedad y a la construcción de la identidad en esta: cómo se ven las cosas en público, cómo deberían ser y cómo son en realidad, atravesando esto además por el delicioso, trágico y cómico sancocho de la realidad colombiana. La cavilación filosófica y bonita con la que se comenzó, terminó convirtiéndose en la película que usted no debe perderse en salas a partir del 1 de junio.
Sin mover los labios propone de manera inentendible una reflexión acerca de la farsa de la existencia y la repetición cíclica de experiencias que despreciamos, como levantarnos todos los días al trabajo que odiamos para ganarnos tres pesos que desperdiciamos en cosas que nos dan guayabo, mientras además ejercemos la ridícula actividad de representarnos. Sabemos que es una producción que despertará mil odios y por ahí medio amor, pero lo invitamos a dejarse confundir y volverse invisible junto a nosotros.
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